domingo, 24 de mayo de 2015

La Carta de Jamaica, Inglaterra, Humboldt (II)


GERÓNIMO PÉREZ RESCANIERE


Sin título-1
En Jamaica escribe Bolívar su famosa carta de ese nombre. Documento potentísimo, tenido por el más trascendental de los muchos que produjo su autor, en él, el futuro Libertador −cuenta 32 años− es analista de formas constitucionales, historiador, sociólogo, propagandista, geopolítico y hasta mitólogo, y todo ello brillantemente. Escribe en forma de respuesta a un inglés al que no nombra más que como “Un caballero de esta isla”.
La primera mitad del documento revisa la historia del continente con la óptica de la leyenda negra, como cabe esperarlo de quien está en guerra con España. Se centra en las crueldades, su voz es la de los “americanos”, distintos de los hispanos y distintos de los indios originales (“somos un pequeño género humano”, afirma). Aunque racialmente era casi totalmente español, habla como descendiente de Atahualpa, de los reyes aztecas victimados. Con ello, por cierto y quizá indeliberadamente, muestra el tamaño continental de su vocación.
“Los caracteres de Quetzalcoalth, de Buhda”
En la línea temática mitológica redacta una sección donde reproduce un párrafo de la carta del desconocido interlocutor:
“Mutaciones importantes y felices pueden ser frecuentemente producidas por efectos individuales. Los americanos meridionales tienen una tradición que dice: que cuando Quetzalcoatl, el Hermes o Buhda de la América del Sur, resignó su administración y los abandonó, les prometió que volvería después que los siglos designados hubiesen pasado, y que él reestablecería su gobierno y renovaría su felicidad. Esa tradición, ¿no opera y exita una convicción de que muy pronto debe volver? ¿Concibe V. cual será el efecto que producirá, si un individuo apareciendo entre ellos demostrase los caracteres de Quetzalcoalth, el Buhda del bosque, o Mercurio, del cual han hablado tanto otras naciones? ¿No cree V. que esto inclinaría todas las partes?”.
Esto es un llamado, receta insinuada o recomendación que lanza el inglés −que desde luego tiene sus puntas de mitólogo conspirador− al político joven. Le está sugiriendo encarnar esa figura mítica, ocupar el espacio que estaría vacante en el inconsciente colectivo latinoamericano, particularmente en el mexicano. Bolívar parece no simpatizar demasiado con la idea, analiza la matriz mítica como desvirtuada por las que el cristianismo hispano le ha sobreimpuesto en la mente colectiva. Siempre hablando de México, señala una experiencia:
“Felizmente, los directores de la independencia de México se han aprovechado del fanatismo con el mejor acierto, proclamando a la famosa virgen de Guadalupe por reina de los patriotas, invocándola en todos los casos arduos y llevándola en sus banderas. Con esto, el entusiasmo político ha formado una mezcla con la religión que ha producido un fervor vehemente por la sagrada causa de la libertad. La veneración de esta imagen en México es superior a la más exaltada que pudiera inspirar el más diestro profeta”.
¿Diestro? Un profeta se supone inspirado, tal vez luminoso, quizá fuertemente habitado de las presencias superiores. Hablar de destrezas en un personaje así, aunque en un sentido cabal de la palabra puede ser exacto, sugiere farsa. La religión, tanto la del profeta como la que puede significarse en una virgen, es vista por el Libertador en este párrafo con la distancia del descreído, utilitariamente. Puede ser buena para usos de enfervorizamiento guerrero como los dados en México, o acaso en alianzas con el Papa y los religiosos como las que Bolívar gestionará después de 1821. Este texto podría responder a la interpelación que se han hecho algunos historiadores acerca de en qué grado era sincero el Bolívar que se arrodilló ante el arzobispo Lasso de la Vega o citaba a la Virgen María por 1829.
Un mundo marcado por la victoria británica
Atraviesa toda la Carta de Jamaica el afán de presentar la Indepen-dencia de América española como cosa segura e inevitable, a pesar de los reveses de los patriotas, recientes y que el autor viene de vivir en primera persona.
La Carta de Jamaica le habla a un mundo marcado por la victoria británica de Waterloo. Todo cede ante la Gran Bretaña cuando Bolívar escribe en la menuda isla de la que el gran imperio es dueño. Todo cede y, qué problema, los ingleses son aliados de España. Eso ya estaba cuando Bolívar viajó a Londres en 1810 a presentarle a Arthur Wellesley la posición venezolana, ahora las cosas han avanzado a favor de Fernando Séptimo, regresado por sus completos fueros a Madrid tras la retirada de Bonaparte. El Libertador hace un llamado a los británicos a cambiar de aliado y apoyar la Independencia americana. Y, no habiendo aún recibido carta que le informe la prisión de Bonaparte, se alarma ante la posibilidad de que desembarque en América española. Le supone reforzado por un ejército de letrados y frailes, que, aunados a los soldados, repongan las costumbres conservadoras que la revolución ha tratado de extirpar.
De pronto lanza un elogio a Humboldt, citando la universalidad de sus conocimientos:
“En mi opinión es imposible responder a las preguntas con que usted me honra. (La carta es dirigida a Hyslop, un agente inglés con autoridad en varias islas del Caribe) El mismo barón de Humboldt, con su universalidad de conocimientos teóricos y prácticos, apenas lo haría con exactitud”.
Chismes en París
Es explícito el elogio y contrastante con la posición humboldtiana durante los últimos años, no solo en auxiliar a Palacio Fajardo, cuya gestión Bolívar detestaba (viajó a Francia a invitar a Bonaparte a posesionarse de la Nueva Granada, incluyendo Panamá) sino porque debía conocer el desvío con que el científico demasiado famoso miraba sus acciones y sobre todo sus posiciones políticas. Acerca de esto, trae Altuve Carrillo (*) la transcripción del Diario de Ticknor: “Abril 19 (1817). La conversación giró mucho sobre Suramérica, de la que todo el mundo ha hablado en París desde la publicación del libro El Abate de Pradt, donde éste expresa la más fervorosa esperanza de su rápida emancipación. Ante estas expectativas y esperanzas, todos los republicanos de París, con Mme. de Stael a la cabeza, se alegran, pero el barón de Humboldt, aunque sus deseos son los mismos, no es de la misma opinión/Mayo 28: Por la noche estuve −como habitualmente estoy en vísperas de domingo− en casa de miss Williams y me divirtió oír a Humboldt, con su talento expeditivo y minucioso conocimiento de la cuestión, demostrar cuan aventuradas son todas las esperanzas ahora alimentadas sobre la inmediata y violenta emancipación de la América del Sur. Sin conocerlos, contestó todos los argumentos que empleó Mme. de Staél esta mañana para convencerme de que la suerte del Sur estaba tan decidida como (lo estuvo) la de nuestra Independencia con la captura de Yorktown”.
Por segunda vez Humboldt duda del éxito de Bolívar. Ello no necesariamente significa que era adverso a sus acciones, quizá puede estar usando una visión honesta aunque equivocada. Pero veamos otro testimonio: Fanny du Villars, amante y amiga de Bolívar le escribirá en 1826: “No se cómo hará el señor Barón (de Humboldt) para llamarse amigo de usted. En aquella época en que el éxito de la empresa era dudoso, él y el señor Delpech eran los más celosos detractores de usted”. La relación de los dos hombres importantes es ambigua en la época de esta correspondencia. Napoleón había desaparecido del mundo y Bolívar ocupaba un lugar de importancia equivalente en América del sur y centro.
(*)Leonardo Altuve Carrillo: Humboldt visto por Bolívar y Bismarck. [Publicación patrocinada por el Ministerio de la Defensa], Caracas, 1977.
Gerónimo Pérez Rescaniere, De Cristóbal Colón a Hugo Chávez Frías, Vol 1
geronimoperescaniere@gmail.com
TOMADO DE: http://www.ciudadccs.info/

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