sábado, 5 de septiembre de 2015

Aylan Kurdi, símbolo de la barbarie imperialista




Una imagen ha dado la vuelta al mundo. Las redes sociales y la prensa recogían 

la instantánea en la que Aylan Kurdi, un niño sirio de apenas 3 años, yacía 

muerto tras ahogarse en el mar, a pocos metros de la costa.


Muchos han sido los usuarios de las redes sociales que han mostrado su horror e 

indignación ante tal tragedia. De repente, esa imagen ha entrado en las mentes 

hogares del “primer mundo”, abriendo los ojos y agitando las conciencias del 

viejo continente.


A pesar de este aparente “despertar colectivo”, la mayoría de usuarios y grandes 

medios de comunicación han obviado la principal causa que ha originado esta 

oleada masiva de refugiados hacia las puertas de Europa, un hecho histórico sin 

precedentes desde la Segunda Guerra Mundial.


Exclamaciones contra las “guerras” y los “conflictos armados” y palabras y 

manifestaciones en favor de la caridad, la atención y la acogida humanitaria han 

sido la reacción habitual estos últimos días.


Sería bueno, sin embargo, destacar una serie de informaciones que pueden 

ayudar a entender el origen de este éxodo.


Datos recientes de Acnur (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados) del 

informe “Tendencias Globales 2013″ [1] indican que el nivel de desplazamiento 

de personas en el año 2013 fue el más alto desde que se realizan estadísticas 

globales sobre desplazamiento forzado en el mundo: 51,2 millones de personas 

en total, de las cuales 16,7 millones son consideradas como refugiados.

El estudio señala, además, que los principales países 

de origen de estos refugiados son Afganistán (2,56 

millones), Siria (2,47 millones) y Somalia (1,12 

millones), lo que significa que sumados más de la 

mitad (53%) de los refugiados de todo el mundo 

proceden de estos tres países.

Casualmente, estos territorios han sido víctima directa de agresiones 

imperialistas muy variadas en los últimos años: invasiones, despliegue de tropas 

foráneas, bombardeos con aviación convencional y drones (aviones no 

tripulados), así como financiamiento de grupos armados de mercenarios con el 

objetivo de derrocar el orden constitucional.


Afganistán, la guerra contra el terror

El 7 de octubre de 2001, Estados Unidos y sus aliados (Reino Unido y Canadá), 

invadieron Afganistán en el marco de la llamada “Operación Libertad Duradera”, 

usando como pretexto los atentados del 11 de septiembre de 2001. Ese mismo 

año el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas avaló la intervención 

mandando tropas al país bajo el paraguas de la Fuerza Internacional de 

Asistencia para la Seguridad (ISAF). En 2003 la OTAN se sumó a la invasión.

Desde 2006, Afganistán es claramente un país quebrado con un débil gobierno, 

se ha disparado la producción y tráfico de drogas y se ha incrementado la 

violencia fruto de las pugnas entre grupos armados.


Siria, la supuesta guerra civil

Desde el 15 de marzo de 2011, algunos países occidentales y monarquías árabes 

absolutistas financian y arman a grupos terroristas en la República Árabe Siria 

con el objetivo de derrocar al Presidente constitucional del país, Bashar Al 

Assad, debido a su perfil antiimperialista y no afín a los intereses 

geoestratégicos de Estados Unidos, la Unión Europea y otros actores de la 

región como Israel, Turquía, Arabia Saudita o Qatar, entre otros.

Los grandes medios de comunicación occidentales venden esta nueva maniobra 

imperialista como si se tratara de una guerra civil, un conflicto interno donde 

una parte de la población se rebela frente al “tirano”. Sin embargo, la propia 

Hillary Clinton, admitía recientemente que el Departamento de Defensa 

estadounidense está financiando a la oposición armada siria, con adiestramiento 

de tropas y entrega de dinero y armamento para el combate.


Somalia, la intervención humanitaria

Desde 1992, la presencia de tropas estadounidenses en suelo somalí bajo el 

pretexto “humanitario” ha sido una constante. Pero tras esa misión de fachada 

solidaria se esconde, como siempre, el interés por el control de los recursos 

naturales y de zonas geoestratégicas. Es conocido que Somalia cuenta con 

grandes reservas de gas y petróleo; en 1986 el gobierno concedió a 4 grandes 

corporaciones el permiso para la extracción de crudo: Conoco, Amoco, Chevron 

Phillips, que controlaban el 75% de los campos petrolíferos. Además, tiene 

reservas de uranio, hierro, estaño, bauxita, cobre y sal.

Por si fuera poco, por Somalia pasa el tráfico de mercancías del Mar Rojo, un 

13% del tráfico marítimo mundial, que incluye el petróleo de Oriente Medio. 


De ahí la intervención estadounidense: hay que evitar que el país caiga en 


manos no afines a los intereses de la Casa Blanca.


Una conclusión inevitable

Resulta difícil, entonces, no vincular los datos ofrecidos por Acnur con las injerencias

extranjeras sufridas en los tres primeros países que figuran en el documento de Naciones

Unidas como principales exportadores de refugiados en el mundo.

Así, sería ingenuo, injusto y parcial limitarse a hablar de conflictos internos, guerras y

migraciones motivadas por cuestiones puramente económicas.

Este vergonzoso éxodo, que ha indignado a la opinión pública internacional, no puede ser

mal interpretado y respondido tan solo con una reacción paliativa.

La izquierda política, los movimientos sociales y las organizaciones internacionalistas deben

leer correctamente los hechos y denunciar con contundencia lo que es en realidad una

bochornosa evidencia: el mundo es hoy un polvorín fruto de las guerras de saqueo y

rapiña.

La solución no es exclusivamente humanitaria. Y la muerte de Aylan Kurdi es, en realidad,

el símbolo de la barbarie imperialista, la verdadera raíz del problema.

Oriol Sabata


TOMADO DE: http://www.librered.net/

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