viernes, 9 de octubre de 2015

¿Qué es un "guerrillero"?

por Ernesto Che Guevara

(1959)

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Quizá no haya país en el mundo en que la palabra «guerrillero» no sea simbólica de una aspiración libertaria para el pueblo. Solamente en Cuba esta palabra tiene un significado repulsivo. Esta Revolución, libertadora, en todos sus extremos, sale también a dignificar esa palabra. Todos saben que fueron guerrilleros aquellos simpatizantes del régimen de esclavización española que tomaron las armas para defender en forma irregular la corona del rey de España; a partir de ese momento, el nombre queda como símbolo, en Cuba, de todo lo malo, lo retrógrado, lo podrido del país. Sin embargo, el guerrillero es, no eso, sino todo lo contrario; es el combatiente de la libertad por excelencia; es el elegido del pueblo, la vanguardia combatiente del mismo en su lucha por la liberación. Porque la guerra de guerrillas no es como se piensa, una guerra minúscula, una guerra de un grupo minoritario contra un ejército poderoso, no; la guerra de guerrillas es la guerra del pueblo entero contra la opresión dominante. El guerrillero es su vanguardia armada; el ejército lo constituyen todos los habitantes de una región o de un país. Esa es la razón de su fuerza, de su triunfo, a la larga o a la corta, sobre cualquier poder que trate de oprimirlo; es decir, la base y el substratum de la guerrilla está en el pueblo. 
No se puede concebir que pequeños grupos armados, por más movilidad y conocimiento del terreno que tengan, puedan sobrevivir a la persecución organizada de un ejército bien pertrechado sin ese auxiliar poderoso. La prueba está en que todos los bandidos, todas las gavillas de bandoleros, acaban por ser derrotados por el poder central, y recuérdese que muchas veces estos bandoleros representan, para los habitantes de la región, algo más que eso, representan también aunque sea la caricatura de una lucha por la libertad. 
El ejército guerrillero, ejército popular por excelencia, debe tener en cuanto a su composición individual las mejores virtudes del mejor soldado del mundo. Debe basarse en una disciplina estricta. El hecho de que las formalidades de la vida militar no se adapten a la guerrillera, que no haya taconeo ni saludo rígido, ni explicación sumisa ante el superior, no demuestran de manera alguna que no haya disciplina. La disciplina guerrillera es interior, nace del convencimiento profundo del individuo, de esa necesidad de obedecer al superior, no solamente para mantener la efectividad del organismo armado que está integrado, sino también para defender la propia vida. Cualquier pequeño descuido en un soldado de un ejército regular es controlado por el compañero más cercano. En la guerra de guerrillas, donde cada soldado es unidad y es un grupo, un error es fatal. Nadie puede descuidarse. Nadie puede cometer el más mínimo desliz, pues su vida y la de los compañeros le va en ello. 
Esta disciplina informal, muchas veces no se ve. Para la gente poco informada, parece mucho más disciplinado el soldado regular con todo su andamiaje de reconocimientos de las jerarquías que el respeto simple y emocionado con que cualquier guerrillero sigue las instrucciones de su jefe. Sin embargo, el ejército de liberación fue un ejército puro donde ni las más comunes tentaciones del hombre tuvieron cabida; y no había aparato represivo, no había servicio de inteligencia que controlara al individuo frente a la tentación. Era su autocontrol el que actuaba. Era su rígida conciencia del deber y de la disciplina. 
El guerrillero es, además de un soldado disciplinado, un soldado muy ágil, física y mentalmente. No puede concebirse una guerra de guerrillas estática. Todo es nocturnidad. Amparados en el conocimiento del terreno, los guerrilleros caminan de noche, se sitúan en la posición, atacan al enemigo y se retiran. No quiere decir esto que la retirada sea muy lejana al teatro de operaciones; simplemente tiene que ser muy rápida del teatro de operaciones. 
El enemigo concentrará inmediatamente sobre el punto atacado todas sus unidades represivas. Irá la aviación a bombardear, irán las unidades tácticas a cercarlos, irán los soldados decididos a tornar una posición ilusoria. 
El guerrillero necesita sólo presentar un frente al enemigo. Con retirarse algo, esperarlo, dar un nuevo combate, volver a retirarse, ha cumplido su misión específica. Así el ejército puede estar desangrándose durante horas o durante días. El guerrero popular, desde sus lugares de acecho, atacará en momento oportuno. 
Hay otros profundos axiomas en la táctica de guerrillas. El conocimiento del terreno debe ser absoluto. El guerrillero no puede desconocer el lugar donde va a atacar, pero además debe conocer todos los trillos de retirada así como todos los caminos de acceso o los que están cerrados. Las casas amigas, y enemigas, los lugares más protegidos, aquellos donde se puede dejar un herido, aquellos otros donde se puede establecer un campamento provisional, en fin, conocer como la palma de la mano el teatro de operaciones. Y eso se hace y se logra porque el pueblo, el gran núcleo del ejército guerrillero, está detrás de cada acción. Los habitantes de un lugar son acémilas, informantes, enfermeros, proveedores de combatientes, en fin, constituyen los accesorios importantísimos de su vanguardia armada. 
Pero frente a todas estas cosas; frente a este cúmulo de necesidades tácticas del guerrillero, habría que preguntarse: «¿por qué lucha?», y, entonces surge la gran afirmación: «El guerrillero es un reformador social. El guerrillero empuña las armas como protesta airada del pueblo contra sus opresores, y lucha por cambiar el régimen social que mantiene a todos sus hermanos desarmados en el oprobio y la miseria. Se ejercita contra las condiciones especiales de la institucionalidad de un momento dado y se dedica a romper con todo el vigor que las circunstancias permitan, los moldes de esa institucionalidad.» 
Veamos algo importante: ¿qué es lo que el guerrillero necesita tácticamente? Habíamos dicho, conocimiento del terreno con sus trillos de acceso y escape, velocidad de maniobra, apoyo del pueblo, lugares donde esconderse, naturalmente. Todo eso indica que el guerrillero ejercerá su acción en lugares agrestes y poco poblados. Y, en los lugares agrestes y poco poblados, la lucha del pueblo por sus reivindicaciones se sitúa preferentemente y hasta casi exclusivamente en el plano del cambio de la composición social de la tenencia de la tierra, es decir, el guerrillero es, fundamentalmente y antes que nada, un revolucionario agrario. 
Interpreta los deseos de la gran masa campesina de ser dueña, de la tierra, dueña de los medios de producción, de sus animales, de todo aquello por lo que ha luchado durante años, de lo que constituye su vida y constituirá también su cementerio. 
Por eso, en este momento especial de Cuba, los miembros del nuevo ejército que nace al triunfo desde las montañas de Oriente y del Escambray, de los llanos de Oriente y de los llanos de Camagüey, de toda Cuba, traen, como bandera de combate, la Reforma Agraria. 
Es una lucha quizás tan larga como el establecimiento de la propiedad individual. Lucha que los campesinos han llevado con mejor o peor éxito a través de las épocas, pero que siempre ha tenido calor popular. Esta lucha no es patrimonio de la Revolución. La Revolución ha recogido esa bandera entre las masas populares y la ha hecho suya ahora. Pero antes, desde mucho tiempo; desde que se alzaran los vegueros de La Habana; desde que los negros trataran de conseguir su derecho a la tierra en la gran guerra de liberación de los 30 años; desde que los campesinos tomaran revolucionariamente el Realengo 18, la tierra ha sido centro de la batalla por la adquisición de un mejor modo de vida. 
Esta Reforma Agraria que hoy se está haciendo, que empezó tímida en la Sierra Maestra, que se trasladó al Segundo Frente Oriental y al macizo del Escambray, que fue olvidada algún tiempo en las gavetas ministeriales y resurgió pujante con la decisión definitiva de Fidel Castro es, conviene repetirlo una vez más, quien dará la definición histórica del «26 de julio». 
Este Movimiento no inventó la Reforma Agraria. La llevará a cabo. La llevará a cabo íntegramente hasta que no quede campesino sin tierra, ni tierra sin trabajar. En ese momento, quizás, el mismo Movimiento haya dejado de tener el por qué de existir, pero habrá cumplido su misión histórica. Nuestra tarea es llegar a ese punto, el futuro dirá si hay más trabajo a realizar. Guerra y población campesina 
El vivir continuado en estado de guerra crea en la conciencia del pueblo una actitud mental para adaptarse a ese fenómeno nuevo. Es un largo y doloroso proceso de adaptación del individuo para poder resistir la amarga experiencia que amenaza su tranquilidad. La Sierra Maestra y otras nuevas zonas liberadas han debido pasar también por esta amarga experiencia. 
La situación campesina en las zonas agrestes de la serranía era sencillamente espantosa. El colono, venido de lejanas regiones con afanes de liberación, había doblado las espaldas sobre las tumbas nuevas que arrancaba su sustento, con mil sacrificios, había hecho nacer las matas de café de las lomas empinadas donde es un sacrificio el tránsito a lo nuevo; todo con su sudor individual respondiendo al afán secular del hombre por ser dueño de su pedazo de tierra; trabajando con amor infinito ese risco hostil al que trataba como una parte de sí mismo. De pronto, cuando las matas de café empezaban a florearse con el grano que era su esperanza, aparecía un nuevo dueño de esas tierras. Era una compañía extranjera; un geófago local o algún aprovechado especulador inventaba la deuda necesaria. Los caciques políticos, los jefes de puesto trabajaban como empleados de la compañía o el geófago apresando o asesinando cualquier campesino demasiado rebelde a las arbitrariedades. Ese panorama de derrota y desolación fue el que encontramos para unirlo a la derrota, producto de nuestra inexperiencia, en la Alegría de Pío (nuestro único revés en esta larga campaña, nuestra cruenta lección de lucha guerrillera). El campesinado vio en aquellos hombres macilentos cuya barba, ahora legendaria, empezaba a aflorar, un compañero de infortunio, un nuevo golpeado por las fuerzas represivas, y nos dio su ayuda espontánea y desinteresada, sin esperar nada de los vencidos. 
Pasaron los días y nuestra pequeña tropa de ya aguerridos soldados mantuvo los triunfos de La Plata y Palma Mocha. El régimen reaccionó con toda su brutalidad y el asesinato campesino se hizo en masa. El terror se desató sobre los valles agrestes de la Sierra Maestra y los campesinos retrajeron su ayuda; una barrera de mutua desconfianza asomaba entre ellos y los guerrilleros; aquéllos por el miedo a la represalia, éstos por temor al chivatazo de los timoratos. Nuestra política, no obstante, fue justa y comprensiva y la población guajira inició su viraje de retorno a nuestra causa. 
La dictadura, en su desesperación y en su crimen, ordenó la reconcentración de las miles de familias guajiras de la Sierra Maestra a las ciudades. Los hombres más fuertes y decididos, casi todos los jóvenes, prefirieron la libertad y la guerra a la esclavitud y la ciudad. Largas caravanas de mujeres, niños y ancianos peregrinaron por los caminos serpenteantes donde habían nacido, bajaron al llano y fueron arrinconados en las afueras de las ciudades. Por segunda vez Cuba vivía la página más criminal de su historia: la reconcentración. Primero lo ordenó Weyler, el sanguinario espadón de la España colonial; ahora lo mandaba Fulgencio Batista, el peor de los traidores y de los asesinos que ha conocido América. El hambre, la miseria, las enfermedades, las epidemias y la muerte, diezmaron a los campesinos reconcentrados por la tiranía; allí murieron niños por falta de atención médica y de alimentación, cuando a unos pasos de ellos estaban los recursos que pudieron salvar sus vidas. La protesta indignada del pueblo cubano, el escándalo internacional y la impotencia de la dictadura en derrotar a los rebeldes, obligaron al tirano a suspender la reconcentración de las familias campesinas de la Sierra Maestra. Y otra vez volvieron a las tierras donde habían nacido, miserables, enfermos y diezmados, los campesinos de la Sierra. Si antes habían sufrido los bombardeos de la dictadura, la quema de su bohío y el asesinato en masa, ahora habían conocido la inhumanidad y barbarie de un régimen que los trató peor que la España colonial a los cubanos de la guerra independentista. Batista había superado a Weyler. 
Los campesinos volvieron con una decisión inquebrantable de luchar hasta vencer o morir, rebeldes hasta la muerte o la libertad. 
Nuestra pequeña guerrilla de extracción ciudadana empezó a colorearse de sombreros de yarey; el pueblo perdía el miedo, se decidía a la lucha, tomaba decididamente el camino de su redención. En este cambio coincidía nuestra política hacia el campesinado y nuestros triunfos militares que nos mostraba ya como una fuerza imbatible en la Sierra Maestra. 
Puestos en la disyuntiva, todos los campesinos eligieron el camino de la Revolución. El cambio de carácter de que hablábamos antes se mostraba ahora en toda su plenitud: la guerra era un hecho, doloroso sí, pero transitorio; la guerra era un estado definitivo dentro del cual el individuo debía adaptarse para subsistir. Cuando la población campesina lo comprendió, inició las tareas para afrontar las circunstancias adversas que se presentarían. 
Los campesinos volvieron a sus conucos abandonados, suspendieron el sacrificio de sus animales guardándolos para épocas peores y se adaptaron también a los ametrallamientos salvajes, creando cada familia su propio refugio individual. Se habituaron también a las periódicas fugas de las zonas de guerra, con familias, ganado y enseres, dejando al enemigo sólo el bohío para que cebaran su odio convirtiéndolo en cenizas. Se habituaron a la reconstrucción sobre las ruinas humeantes de su antigua vivienda, sin quejas, sólo con odio concentrado y voluntad de vencer. 
Cuando se inició el reparto de reses para luchar contra el cerco alimenticio de la dictadura, cuidaron sus animales con amorosa solicitud y trabajaron en grupos, estableciendo de hecho cooperativas para trasladar el ganado a lugar seguro, donando también sus potreros, y sus animales de carga al esfuerzo común. En un nuevo milagro de la Revolución, el individualista acérrimo que cuidaba celosamente los límites de su propiedad y de su derecho propio, se unía, por imposición de la guerra, al gran esfuerzo común de la lucha. Pero hay un milagro más grande. Es el reencuentro del campesino cubano con su alegría habitual, dentro de las zonas liberadas. Quien ha sido testigo de los apocados cuchicheos con que nuestras fuerzas eran recibidas en cada casa campesina, nota con orgullo el clamor despreocupado, la carcajada alegre del nuevo habitante de la Sierra. Ese es el reflejo de la seguridad en sí mismo que la conciencia de su propia fuerza ha dado a los habitantes de nuestra porción liberada. Esa es nuestra tarea futura: hacer retornar al pueblo de Cuba el concepto de su propia fuerza, de la seguridad absoluta en que sus derechos individuales, respaldados por la Constitución, son su mayor tesoro. Más aún que el vuelo de las campanas, anunciará la liberación el retorno de la antigua carcajada alegre, de despreocupada seguridad que hoy ha perdido el pueblo cubano. 

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EL GUEVARISMO
por Jorge Zabalza
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EL GUEVARISMO
por Jorge Zabalza
Ernesto Ché Guevara...¡presente!
Jorge Salerno....¡presente!
Alfredo Cultelli....¡presente!
Ricardo Zabalza...¡presente!

La corriente de pensamiento fundada por Ernesto Guevara puede abordarse desde varios ángulos. Un punto de partida para hablar del guevarismo podría ser su visión del tránsito hacia el socialismo como un proceso en que “la sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela”, donde los individuos “van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación activa a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma” . El comunismo pensado como “un fenómeno de consciencia”, de mujeres y hombres que se van liberando de los valores en que los educaron durante siglos de capitalismo y propiedad privada. Concepción que derivó hacia la crítica radical a la construcción del socialismo con las “armas melladas del capitalismo” y la tesis sobre la importancia de los estímulos morales en el desarrollo de la gestión planificada de la economía. Verdadera recreación de cuestiones ya analizadas por Carlos Marx en su juventud, que llevó al Ché Guevara a burlarse ferozmente de los “ladrillos soviéticos” o sea los manuales estalinistas sobre filosofía.

Otro enfoque podría centrarse en su porfiada prédica al imperialismo en la ONU, en la Conferencia de los Países No Alineados, en la Tricontinental y en Punta del Este, palabras que lo condujeron al Congo y a Bolivia para ser consecuente con sus dichos: “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y una clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo de la humanidad: los Estados Unidos de Norteamérica. En cualquier lugar donde nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ése, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo y otra mano se tienda a empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”.

Sin embargo, el pensamiento del Ché no podría haberse desarrollado, en ninguno de sus múltiples aspectos, sin el triunfo de la revolución del pueblo cubano sobre el ejército de la dictadura de Batista y sobre el imperialismo en Playa Girón. Triunfo obtenido, entre muchas otras cosas, gracias a que el Ché era extraordinariamente inteligente en lo militar, como dijo Fidel en su discurso de la Plaza de la Revolución al informar del asesinato de Ernesto Guevara en Bolivia. Ser guerrillero fue, sin dudas, uno de los rasgos centrales de la personalidad del Ché, “un reformador político que toma las armas” como explica en su ensayo “Guerra de Guerrillas”. Un pensador extraordinario que se planteaba con crudeza la cuestión del acceso al poder para emprender el tránsito al socialismo. Por todo eso he preferido referirme al guevarismo desde el punto de vista del quehacer revolucionario, el aspecto paradigmático y central en la vida del Ché.

La admirable alarma

En febrero de 1962, la Segunda Declaración de la Habana reafirmó que “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Se sabe que en América Latina y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo. El papel de Job no cuadra con el de un revolucionario (...) Porque esta gran humanidad ha dicho ‘¡Basta!’ y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente ¡Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia!”.

Es que, en aquel entonces, nadie dudaba que el mundo marchaba hacia el socialismo, que estaba llegando el fin del capitalismo. Fenómeno imposible de entender con la cultura política de este Uruguay y esta América Latina de hoy, dominadas por el mito de la eternidad del capitalismo. Ese sentimiento de vivir la época del socialismo fue la base subjetiva que impulsó revoluciones por todo el mundo, en China, Vietnam, Cuba y Argelia, los movimientos juveniles de 1968, en París y en la plaza Tlatelcoco, las guerrillas en toda América Latina.

En La Habana se reafirmó lo que ya se sabía: la Revolución no era para un mañana difuso en el que se dieran todas las condiciones objetivas y subjetivas por haber. Estaba demostrado que era posible derrotar al ejército de la clase dominante para, de inmediato, emprender el tránsito al socialismo, había que hacer la Revolución hoy, ahora. Fue un llamado a la responsabilidad individual de cada una y cada uno.

En ese clima transcurrió la epopeya de Ernesto Ché Guevara. Aunque se sintieron como diez siglos, apenas diez años de historia separaban el desembarco del Granma y su asesinato Quebrada de Yuro. El tiempo se dilataba por la intensidad emotiva conque se vivían los acontecimientos. Lejos de atemorizar y desestimular la lucha, la muerte del guerrillero heroico lo convirtió en leyenda y la leyenda se transformó en aluvión incontenible. Ernesto Ché Guevara logró inflamar la imaginación de la juventud latinoamericana, que cargó su mochila a la espalda y se lanzó a hacer la revolución. Dedicar la vida a revolucionar la humanidad fue la esencia del guevarismo. El 8 de octubre de 1969, Alfredo Cultelli, Jorge Salerno y Ricardo Zabalza pusieron sus vidas en juego para convertir el socialismo en realidad y homenajear al Ché.

La tesis política del guevarismo

En “Guerra de Guerrillas”, a partir de la experiencia cubana, Ernesto Guevara explicaba su tesis sobre las condiciones en que se dan los procesos insurreccionales: “Es necesario demostrar claramente ante el pueblo la imposibilidad de mantener la lucha por las reivindicaciones sociales dentro del plano de la contienda cívica. Precisamente la paz es rota por las fuerzas agresoras que se mantienen en el poder contra el derecho establecido. En esas condiciones, el descontento popular va tomando formas y proyecciones cada vez más afirmativas y un estado de resistencia que cristaliza en un momento dado en el brote de lucha provocado inicialmente por la actitud de las autoridades. Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga por lo menos la apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de lucha cívica”.

El Ché entendía que no se debían desaprovechar las libertades y derechos burgueses mientras les permitieran luchar por soluciones para el pueblo. No se trataba de una romántica aventura descolgada de la realidad o producto del idealismo de algunos “iluminados” que se lanzaban a la fosa de los leones. Veía en la guerrilla un método de acción política, diferente a los electorales o parlamentarios, cuya aplicación sólo era posible en ciertas circunstancias, cuando algunos sectores populares entendieran que se habían agotado las otras vías para obtener sus aspiraciones y sólo les quedaba tomar las armas.

Ernesto Guevara señala que no son los pueblos quienes rompen la legalidad, pues prefieren solucionar sus problemas con el mínimo de sacrificio y esfuerzo, si es posible tomando mate en la cocina. Es la clase dominante, llevada por sus intereses, la que descarta el modo pacífico de dominación, quiebra su propia legalidad, reprime y, en última instancia, instala una dictadura. La ruptura de la paz social por los de arriba era para el Ché la condición previa a la indignación del abajo, a que cunda la bronca y la gente reaccione contra el régimen. Dada esa base subjetiva mínima, la acción del grupo guerrillero puede crear el resto de las condiciones subjetivas (consciencia, organización).

El guevarismo no se afilió a la concepción que atribuía poderes mágicos a la violencia revolucionaria y creía que con ponerla en práctica bastaba para transformar la sociedad. Por el contrario, Guevara inscribía la acción armada en una concepción encaminada a transformar la subjetividad del movimiento de masas. La acumulación de fuerzas vista como el desarrollo de la comprensión política del pueblo trabajador no es simplemente una cuestión de tirar tiros. Las armas entendidas como un instrumento político, que al disparar debían enviar un mensaje entendible por las mayorías y compartible por los sectores más avanzados. De otra manera se estaba simplemente disparando al aire.

La importancia de lo subjetivo
Actualmente la masa salarial es bastante más reducida que la del Uruguay de los años '70 (era un 40% del PBI al golpe de estado y es el 30% hoy día). La propiedad de la tierra está doblemente más concentrada que en aquel entonces, fenómeno que ha expulsado la población del campo, convirtiéndolo en un desierto. Las corporaciones transnacionales adjudicaron al Uruguay el rol de productor de materias primas, dependiente de decisiones económicas que se toman en los países centrales del capitalismo global. Hoy día la vida del pueblo trabajador depende de la deuda externa en un grado mucho mayor que en la época del pachequismo. En resumen, la explotación y la dependencia presentan caracteres mucho más graves que los de medio siglo atrás y, en ese sentido, habría condiciones objetivas mucho más valederas para que el pueblo uruguayo echara a andar. ¿Por qué entonces no lo hace?

Más allá de los desastres que está provocando el capital (matanzas genocidas, aluviones de refugiados, crisis alimentarias, caída de los salarios, injusticia sin límites) hoy día no se vislumbra una posible revolución social. Al repliegue contribuyen decisivamente el desánimo provocado por las derrotas sufridas en los '70 y una especie de vago e intangible temor consecuencia del terrorismo de estado; también influye enormemente la caída de la URSS que, a ojos del sentido común, aparece como el triunfo del capitalismo.

El “progresismo” llegó a América Latina para fortalecer esa sensación de que hay capitalismo para rato. Ha demostrado que se pueden favorecer las ganancias de los grandes capitales, ahondando la injusticia social, a la par que se mantienen los pueblos en la pasividad con retórica de izquierda complementada por políticas de asistencialismo. La hegemonía que ejerce el progresismo distorsiona la percepción de la realidad y por eso la subjetividad actual tiene un signo totalmente contrario al que caracterizó los años '60. En Uruguay, en particular, ha incidido fundamentalmente el viraje de los ex-guerrilleros que se integraron a las filas del sistema. Se han convertido en el instrumento más eficiente para consolidar la hegemonía del capitalismo, que les paga sus servicios con elogios desmedidos y catapultándolos internacionalmente. Son un factor clave para mantener pasivo al movimiento popular. Han levantado un cerco entorno a las ideas revolucionarias, estrechando al mínimo los espacios donde es posible sembrarlas. Ninguna ley de la acción política prescribe que el agravamiento de las condiciones en que se vive determine mecánicamente una reacción de rebelión popular. Solamente cuando constatan que sus reclamos son sistemáticamente rechazados y se reprime severamente las luchas populares, las multitudes salen a expresar su bronca en la calle. Ejemplos claros que comprueben esa afirmación fueron la última marcha del silencio (20 de mayo del 2015) y la manifestación del 27 de agosto rechazando la declaración de esencialidad en la enseñanza pública. Cuando “se den cuenta” que no aguantan más, las pequeñas mujeres y los pequeños hombres de todos los días se transformarán, espontáneamente, en los gigantes que salieron a revolucionar el mundo en los '70. Se aprende en los hechos.

¡Qué difícil es todo!

Ni el más enardecido de los discursos es capaz de sacudir la pasividad de todo un pueblo pero, sin embargo, la intención revolucionaria desaparecería de la faz de la tierra, si no existieran los núcleos que conservan encendida la llama. De cierta manera, el espíritu insurrecto de los pocos que persisten en su intención de hacer la revolución en tiempos de sequía, se anticipa a la insurrección masiva de los espíritus. En sus consciencias ha saltado la térmica antes que el cortocircuito incendie la pradera y, por eso mismo, adquieren la capacidad de explicar las cuestiones que hacen al problema del poder, de sembrar mensajes de combatividad y clasismo, de divulgar el debate sobre la realidad económica, política y social. Son provocadores del debate, sus planteos revulsivos despiertan los pensamientos que duermen su siesta en los más profundo de la consciencia colectiva. Sus vocaciones son la revolución social pero, ¿cómo hacerla en un contexto subjetivo tan desfavorable como el de hoy día? ¿cómo transmitir al movimiento de masas la intención revolucionaria? Por supuesto, no hay una respuesta única, apenas estoy señalando algunos aspectos que me parecen relevantes y que son producto de la experiencia de los '60, cuando la lucha revolucionaria era lucha a brazo partido contra los ejércitos de la oligarquía y el imperialismo.

Al anticiparse al desarrollo de los acontecimientos, los que se proponen hacer una revolución se colocan en la vanguardia pero, al mismo tiempo, como la fuerza determinante es la voluntad de las masas y no las suyas, están de hecho caminando en la retaguardia de los pueblos, a la espera de la transformación espontánea de la subjetividad general. Solamente les resta contribuir pacientemente a la maduración del fenómeno subjetivo, vincularse con las luchas sociales, debatir puerta a puerta, el trabajo hormiga de sembrar ideas mano a mano en el sindicato, el gremio estudiantil, la cooperativa de viviendas y el barrio. Es muy difícil que la opinión general comprenda y acompañe un proceso revolucionario en sus inicios, pero ello no es excusa para renunciar al trabajo de agitación cuyo destinatario son precisamente esas grandes mayorías. Las revoluciones no son un acto de revolucionarios profesionales, sino un acto de creación de las grandes multitudes que se organizan y protagonizan los grandes acontecimientos históricos. El rol de los núcleos revolucionarios es inducir la atmósfera cultural e ideológica que estimula el big bang del movimiento de masas, sea al ocupar un terreno para vivir, tierra para trabajar o los lugares de trabajo y de estudio. Se encargan de volcar elementos para que la gente analice por sí misma y cobre consciencia de la realidad, el revolucionario contribuye al desarrollo político del movimiento de masas, contribuye pero no determina. Su responsabilidad política consiste en asumir consciente y planificadamente esa dialéctica que lo une irremediablemente al desarrollo espontáneo.

La inacción del que pretende ser un revolucionario prolongaría el repliegue una eternidad pero, a la vez y sin contradicciones, es mínima la incidencia de su acción en el proceso de experiencia y aprendizaje del movimiento de masas. Su voluntad de hacer la revolución no es lo decisivo. En esa contradicción debe moverse, sin dejarse arrastrar por el repliegue, pero respetando puntillosamente la independencia en el desarrollo de la subjetividad. En algún momento, entusiasmado por un aumento en la receptividad, el núcleo activo puede apresurarse demasiado y su acción ser poco comprendida a nivel general. Es preciso ser muy cuidadoso en lo táctico y puntual, no intervenir antes de tiempo y fuera de lugar. El menor desliz crea condiciones que favorecen la acción anestésica del discurso hegemónico. El desacople entre las velocidades del movimiento revolucionario y del movimiento de masas fue una dinámica en la cual, particularmente, cayó el MLN (T) en los '70. El aparato guerrillero pasando a toda velocidad por el costado del movimiento de masas, sin considerar su grado de compresión política. Tanto con una acción militar como lanzando una piedra, se pueden colocar los intereses de un grupo político por encima del interés en el desarrollo político del pueblo trabajador. El aparatismo no fue un invento de la guerrilla ni terminó con su derrota.

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sábado, 8 de octubre de 2011

Los ocho de octubre


por Jorge Zabalza
A principios de los años ’60, bastante antes del deterioro de la democracia burguesa, dado el estancamiento de la producción y la caída de la tasa de ganancias, se podía preveer que el arriba necesitaría emplear la violencia contra un abajo que todavía no se movía como en el ‘69, pero no se mostraba dispuesto a pagar el costo de la crisis.

El Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) pudo , entonces,  anticiparse al devenir y se comenzó a preparar para enfrentar al arriba con la violencia organizada por los de abajo. Significö un rechazo de plano a la posibilidad de acumular las fuerzas del cambio por la vía electoral y parlamentaria y elegir conscientemente el camino de la lucha guerrillera como método de acumulación política. Los tupamaros primigenios rompieron decididamente con la legalidad permitida por la clase dominante y llamaron a tomar las armas para derrocar el régimen. Tremenda responsabilidad histórica!.
A mediados de 1967, Jorge Pacheco Areco diö comienzo al uso ilegítimo de la violencia organizada por el Estado, con la consecuencia inmediata de tres estudiantes muertos por la policía y centenares de trabajadores sindicalizados detenidos por medidas prontas de seguridad. La desmesura pachequista radicalizó las luchas populares que, al influjo de la tendencia clasista y combativa, se lanzó a las calles a enfrentar la represión. La lucha social abrió espacios políticos a la lucha armada. La mentalidad combativa y la infraestructura clandestina que había desarrollado el MLN(T) en los años que llevaba preparándose, hacían posible el empleo sistemático del método guerrillero y, por consiguiente, fue la organización política en mejores condiciones para enfrentar la violencia represiva.

Desde ese momento el movimiento popular lo percibió como expresión política de su propia lucha, como la organización que defendía a los perjudicados por las destituciones, las persecuciones sindicales, los apaleamientos callejeros y los encarcelamientos injustificados. Era el movimiento que dejó atrás lo declarativo y apuntó con acciones armadas a derribar el régimen como, por otra parte, lo requerían las movilizaciones populares.
Este sábado se recuerda a Jorge Salerno, Alfredo Cultelli y Ricardo Zabalza, asesinados por la Guardia Metropolitana el 8 de octubre de 1969 en la toma de la ciudad de Pando. El MLN(T) concibió esta forma de homenajear a Ernesto Guevara también asesinado en Bolivia dos años antes, como demostración de que la guerrilla tenía la edad suficiente para pasar de las acciones “muerde y huye” a las de controlar un territorio, aunque fuere por breves momentos. Se quería transmitir el mensaje de que, en un futuro no muy lejano, sería posible tomar Montevideo como se había hecho con Pando. Es curioso pero, a pesar de que la acción terminó en derrota militar, tres compañeros muertos y más de veinte prisioneros, la operación de Pando significó el comienzo del crecimiento explosivo del MLN (T). 
¿Qué estaba pasando?... pese al desastre en Pando, amplios sectores populares ya reconocían la lucha armada como alternativa real al reformismo electoral y parlamentario. La sangre derramada fructificó rápidamente en conciencia y compromiso revolucionario. Los hechos de Pando expresaron el espíritu romántico y el sentimiento épico de toda la generación que tomó la senda trazada por el Ché. No teníamos una sola duda, la vida sólo tenía valor si se ofrendaba en el altar de la emancipación social, nos entregábamos a la lucha en la más completa seguridad de estar haciendo la revolución.
Los hechos de Pando sirvieron también para refrendar la concepción que apuntaba al desarrollo de un poder paralelo y opuesto al del Estado, un poder organizado a partir de un aparato guerrillero que extendía su estructura hacia el pueblo como una telaraña de organizaciones diversas pero que, en la práctica, subordinaba el movimiento de masas y la lucha social al centro político que conducía la lucha armada. Paradójicamente, la toma de Pando, símbolo de la disposición combatiente a hacer la revolución, sirvió de plataforma de lanzamiento a la teoría del doble poder, cuya aplicación práctica culminaría en 1972 con el enfrentamiento mano a mano entre el MLN(T) y las fuerzas armadas, en la que obtuvo la victoria el aparato que contaba con los medios del Estado, con el consentimiento efectivo del imperialismo y el apoyo de sectores reaccionarios que clamaban por “mano dura”. 
La clave de la derrota del MLN hay que buscarla en la teoría y práctica del doble poder, en cómo la hipertrofia del aparato relegó el movimiento popular al rol de simple espectador, el pueblo sentado en la tribuna sin involucrarse en la lucha armada contra el brazo represivo de la clase dominante.  No se precisa renegar del pasado guerrillero para asumir el error y la derrota, como algunos están haciendo lamentablemente, sino que es preciso analizar a fondo las experiencias revolucionarias y elaborar las conclusiones teóricas que de ellas surjan, sin que importe lo cruda que pueda ser la crítica a cómo pensamos y cómo hicimos en el último medio siglo de historia.
Es cierto, cayeron los muros, fracasó el socialismo real y la URSS, China Popular y otras experiencias ayer revolucionarias construyen capitalismo desde el Estado, es cierto, no tenemos certezas como medio siglo atrás, pero también es muy cierto que en el sistema capitalista no hay solución para los asalariados. Por si en la historia de los pueblos no hubiera quedado claro, llegó esta última crisis para demostrar que al reproducirse, ampliarse y concentrarse, el capital solamente puede producir más exclusión y más marginación. Pueblos que hasta ayer aceptaban pacíficamente la dominación, hoy levantan sus banderas de rebeldía en Europa, África del Norte y hasta en el territorio privado de Wall Street. Se precisa una nueva teoría revolucionaria, una teoría que conciba la lucha revolucionaria como una creación autónoma del movimiento popular, de un pueblo insurrecto que se organiza y se arma a sí mismo para hacer la revolución, una teoría que no conciba al movimiento revolucionario encerrado en un aparato, dirigiendo el proceso desde su panóptico. Los viejos “hombres de aparato” cuentan con muchísmos elementos y experiencias, un testamento político que podría servir de base a quienes harán la próxima revolución.
Durante un siglo funcionaron eficazmente diferentes aplicaciones de la teoría para construir aparatos de poder revolucionario, y lo hicieron con tanta  eficacia que derrotaron y sustituyeron al Estado burgués en varias naciones.  Dode fracasaron esos aparatos fue en producir seres humanos con una filosofía de vida totalmente antagónica a la del capitalismo. La propia esencia del doble poder lleva a ese fracaso, porque al construir un aparato revolucionario tan poderoso, en realidad se está construyendo una forma de organización que posee idénticas características a la del Estado burgués que se quiere destruir. En consecuencias, no se forman las mujeres y los hombres con los valores del socialismo, sino que, en ese aparato esencialmente idéntico al Estado, se forman burócratas cuyos valores son los del capitalismo, la competencia a muerte por un cargo, las pujas de poder y conspiraciones internas.
Muchos viejos sobrevivientes de los procesos revolucionarios del ’70 han hecho suyos los intereses del Estado, se han integrado plena y conscientemente a la democracia burguesa y administran las políticas que favorecen los grandes negocios del capital. No los miremos con desconcierto, preguntándonos que pasó con esos sandinistas, farabundos y tupamaros, analicemos su práctica política en los aparatos donde sus cabezas aprendieron a funcionar para ejercer el poder, hacia las masas y en la interna. Luego vendrán los comportamientos pautados por los intereses personales, por sus delirios de grandeza y el autoconvencimiento de ser infalibles, de ninguna manera pueden concebir que la emancipación social de los trabajadores es asunto de los propios trabajadores y no de “vacas sagradas” o caudillos que les dictan cátedra sobre cómo liberarse.

Estamos viviendo un período de transición entre el agotamiento de la teoría del doble poder y la ausencia de una concepción global de construcción del poder revolucionario del pueblo armado y organizado. La transición y la ausencia se manifiestan como desconcierto, ya no se tienen aquellas seguridades y sentimientos épicos conque dieron la vida los tres compañeros asesinados en Pando. Son, por consiguiente, tiempos de reubicarse con sinceridad: sabemos de la necesidad de acabar con el capitalismo y transformarnos en columnas de una sociedad de seres libres libremente asociados. Son también tiempos de no dejarse coptar por el capitalismo o los cantos de sirena del poder político, de no entregarse a los valores y la filosofía del pasado, de cultivar los valores y la filosofía del futuro. Son tiempos de estacas, de clavarse en la izquierda revolucionaria y resistir los embates y los cantos de sirena. De esperar al acecho.
Jorge Zabalza

Ricardo Zabalza acribillado en Pando

Los gráficos de Gabriel "Saracho" Carbajales

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Nacional - A 44 AÑOS DE LA TOMA DE PANDO

Una respuesta del abajo, todavía inmóvil, contra un arriba violento

El recuerdo de Jorge Zabalza sobre el hecho

- 09.10.2013, 05:00 hs  El Observador
  • © El Observador
    Jorge Zabalza

La aparición de Ernesto Che Guevara en la política de América Latina, hizo que la revolución social dejara de ser cuestión de futuras generaciones, que cobrara actualidad el hacerla ya, ahora, aún cuando el imperialismo estuviera en su plenitud. “Revolución Socialista o caricatura de revolución” propuso Guevara a toda nuestra generación y para hacerla en Uruguay, surgió el Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros)

A principios de los años ’60, bastante antes del deterioro de la democracia burguesa, dado el estancamiento de la producción y la caída de la tasa de ganancias, se podía preveer que el arriba necesitaría emplear la violencia contra un abajo que todavía no se movía como en el ‘69, pero no se mostraba dispuesto a pagar el costo de la crisis. El MLN (T) rechazó de plano a la posibilidad de acumular las fuerzas del cambio por la vía electoral y parlamentaria y elegió el camino de la lucha guerrillera como método de acumulación política.

Tremenda responsabilidad histórica la asumida por los primeros tupamaros en 1963, pues su convocatoria a tomar las armas para derrocar el régimen, significó que las mujeres y hombres convocados, en su enorme mayoría muy jóvenes, fueran diezmados por la tortura, las violaciones, los asesinatos y las desapariciones forzosas. A mediados de 1967, Jorge Pacheco Areco dio comienzo al uso ilegítimo de la violencia organizada por el Estado, con la consecuencia inmediata de tres estudiantes muertos por la policía y centenares de trabajadores sindicalizados detenidos por medidas prontas de seguridad. La desmesura pachequista radicalizó las luchas populares que, al influjo de la tendencia clasista y combativa, se lanzó a las calles a enfrentar la represión. El 8 de octubre de 1969, la toma de la ciudad de Pando por el MLN(T) fue una consecuencia de la radicalización de las luchas populares, una respuesta a la violencia de arriba.

La guerrilla sufrió una importante  derrota militar, dieciseis militantes detenidos y tres asesinados por la policía militarizada: Jorge Salerno, Alfredo Cultelli y Ricardo Zabalza. Sin embargo, como consecuencia del arraigo popular de la acción militar se inició el proceso de crecimiento masivo del movimiento guerrillero. En lugar de desalentarse por la salvaje represión, la militancia obrera y estudiantil se sintió convocada a tomar las armas y la guerrilla se hizo un fenómeno masivo.Paradójicamente, el crecimiento del aparato guerrillero y el desarrollo en complejidad de sus operaciones fueron claves en la derrota del MLN (T). La hipertrofia del aparato relegó el movimiento popular al rol de simple espectador, el pueblo sentado en la tribuna sin involucrarse en la lucha armada contra el brazo represivo de los dueños del Uruguay. El MLN(T) fracasó porque fue incapaz de abrir las puertas al pueblo armado y organizado, conductor de la lucha por su propio destino.
A cuarenta años de la toma de Pando, algunos de sus principales protagonistas llegaron al gobierno montados en esa historia preñada de muertes y desapariciones, de torturas y violaciones.  “Andan sobre rastrojos de difuntos” al decir de Miguel Hernández.  Andamos, más bien, y por eso siento este nudo en las tripas. Los votaron porque fueron guerrilleros y encabezaron un movimiento que quiso hacer la revolución. Es completamente inmoral olvidar, tergiversar y ocultar esa historia de sacrificios y entrega revolucionaria.Los ex-guerrilleros ya dejaron de cuestionar la naturaleza criminal del capitalismo y el despotismo que se esconde bajo la formalidad de la democracia burguesa. 

Argumentando que las circunstancias del 2013 son muy diferentes a las del 1969, decretaron la abolición de las luchas revolucionarias. Su estrategia no se sale de los marcos de la legalidad burguesa y se desarrolla en el parlamento o en los medios masivos de comunicación.  Nada tienen que ver con el movimiento tupamaro liderado por Raúl Sendic (padre). De la gesta guerrillera de los ’60 sólo recuerdan  aquello que sirve a la campaña electoral, lo demás sobra y se arroja a la papelera.  Alfredo Cultelli, Jorge Salerno y Ricardo Zabalza nunca pensaron que sus muertes serían usadas para elogiar divisas ya desmerecidas y juntar votos a lo bobo.l

Los gráficos de Gabriel "Saracho" Carbajales

 


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LA SENDA ESTÁ TRAZADA...

por miguel ángel olivera
                              “yo sé que ellos vendrán
                                     vendrán caminarán
                                     darán la vuelta...”
                                                   MARIO JORGE DE LELLIS
  “porque detrás de nosotros estamos ustedes
                           Comandante Esther, del EZLN
...los poetas poetas las poetas
   los muchachos muchachos las muchachas...
damos paso a lo nuevo
nos hacemos a un lado
vienen voces impúberes
reclamando trincheras y vanguardias
les dejamos la calle
empedrada de soles agotados
y de caínes clavados bocabajo...
salimos del camino
damos paso a un costado
el ariete que fuimos
nos cansó demasiado
ya no más proa al sueño
parabrisas blindado
coraza acribillada
con huellas de besos y balazos...
pasen ahora
sigan / continúen
con sus chuzas imberbes
sus sueños afilados
tracen un nuevo plan
luchen sus luchas
que son de todos los que las luchamos
planten banderas en su cielo rojo
cuiden su almácigo
marquen su rumbo propio
que nosotros nos vamos...
les dejamos el mar
para sus remos en llamas
les dejamos el mundo
a medio hacer / inacabado
inconcluso / empedrado
lleno de traidores
clavados bocabajo...
los veremos pasar
bajo palio de besos y petardos
los veremos crecer
bajo campanas y badajos
los veremos reír
dando en la diana
con todos sus venablos
los veremos triunfar
sobre un estruendo
de jóvenes caballos...
marcharemos después
que pasen arrollando
aprendiendo otra vez
a empezar empezando
siguiendo vuestra brújula
caminando en sus pasos
procurando una música
siempre nueva de un tango
que nos haga bailar
amores libertades y milagros...
seguiremos después
del último muchacho...
miguel ángel olivera

           8 octubre 2013.

Los gráficos de Gabriel "Saracho" Carbajales



SALUDO AL 8 DE OCTUBRE

A los compañeros que este 8 de octubre en Montevideo recuerdan y rinden homenaje al Che y a los combatientes tupamaros caídos en Pando, vaya nuestro fraternal saludo y nuestro abrazo internacionalista, reivindicando los ideales de la Revolución por la que ellos lucharon. Ante la degradación económica y moral del capitalismo, ante la barbarie imperialista, levantamos los puños y nuestras banderas de estrellas rojas y gritamos con más convicción: ¡Revolución Socialista o caricatura de revolución!
Desde el otro lado del charco
Abel




Logo Izquierda Revolucionaria
Argentina
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A 48 años de su caída en combate 6 

Octubre 2015


El Che sigue presente y es 


revolución


Cada generación lo referencia e interpela desde su propia situación histórica. Desde sus propias dudas, preguntas y proyectos.
 por Carlos "Vasco" Orzaocoa
En el ´60 conocimos un Che que, siendo dirigente de una revolución triunfante, dejaba todos sus cargos para volver al combate en El Congo y en Bolivia. Y que entregaba su vida por la liberación de los pueblos. Y nos dimos cuenta que en él se había construido ese "hombre nuevo" de la Revolución Cubana, decidido a luchar contra la injusticia donde quiera que se diera, porque "lo más importante es la conciencia y la moral". Nos ganó su coherencia entre el decir y el hacer.
Y nos hicimos Guevaristas como proyecto o camino, como plan para cada día, de seguir el ejemplo del Che. Pero en la Argentina de los ´60 y ´70 optar por el Guevarismo no era una decisión neutral a la política. Significaba romper con una izquierda que desde la década del 30 subordinaba las luchas del movimiento obrero a una alianza liderada por la burguesía nacional con sus líderes "progresistas" para realizar por etapas reformistas una revolución parlamentarista y democrática, totalmente inviable. Y significó también que, a partir del Cordobazo, debíamos abocarnos, con todas nuestra fuerzas, a la construcción de una alternativa de pensamiento y acción clasista y socialista, antiimperialista y latinoamericana. Nuestro enfrentamiento al "Pacto Social" de Campora, Perón y Gelbard nos distanció de sectores combatientes, pero confundidos y falsamente ilusionados en el progresismo de militares y empresarios. Eran como las ilusiones actuales en el "capitalismo con rostro humano" de los Kirchner, la Campora y los Scioli. 
No pudimos o no supimos convencer a miles de heroicos combatientes, hermanos en el sacrificio de la sangre, de aquello que nos decía el Che: "las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo – si alguna vez la tuvieron- y sólo forman su furgón de cola". Y estos fracasos y equívocos facilitaron la tragedia del ´76. Y nos convencieron aún más de lo que también había afirmado el Che: "Revolución socialista o caricatura de revolución".
En el ´70 Mario Roberto Santucho, Miguel Enríquez y las organizaciones de la Junta de Coordinación Revolucionaria actualizan a Mariátegui y el Che en el combate contra el reformismo y el populismo.
En su "Mensaje a los pueblos del Mundo a través de la Tricontinental" el Che decía: "Es el camino de Vietnam, es el camino que deben seguir los pueblos, es el camino que seguirá América, con la característica especial de que los grupos en armas pudieran formar algo así como Juntas de Coordinación, para hacer más difícil la tarea represiva del imperialismo yanqui y facilitar la propia causa". Siguiendo esta orientación el PRT de Argentina, el MIR de Chile, el ELN de Bolivia y el MLN Tupamaros de Uruguay constituyen en 1973 la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR) que se propone luchar por la Revolución Socialista en América Latina. En sus documentos constitutivos la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR) se manifestaba continuadora del proyecto de emancipación latinoamericano iniciado por Bolívar y San Martín. De la posta tomada por José Martí. Y desde principios del siglo XX, de la Revolución Mexicana, la de Sandino en Nicaragua, la insurrección del Partido Comunista de El Salvador, más las luchas de anarquistas, socialistas y comunistas en toda nuestra América, alentados y fogoneados por la revolución de los bolcheviques en Rusia. Y continuaba afirmando la JCR que a partir del ´30, la política de Frentes Populares con la burguesía, de los Partidos Comunistas, había desviado y diluido las energías emancipatorias, pero que la Revolución Cubana en 1959 retomaba el impulso revolucionario.
La ola revolucionaria latinoamericana del ´60 y ´70 se cerró con la Revolución Sandinista en 1979. La insurrección nicaragüense fue la de un pueblo en masa, que en los combates vivaba a Sandino y al Che. Un grupo de internacionalistas argentinos, militantes del PRT, participaron activamente como combatientes del Ejército Sandinista en el derrocamiento de la sanguinaria dictadura de Somoza. Y después, en Paraguay, fueron autores del ajusticiamiento al Dictador. Muchas escuelas de Nicaragua llevan el nombre de Hugo Irurzum, nuestro querido capitán Santiago, caído en la acción.
Luego vendrá el repliegue del movimiento revolucionario y la tarea de la burguesía para que el Che quede aislado en las remeras y posters, casi como un ícono marmolado. Pretendían que se mantuviera totalmente alejado de la lucha por el Poder. Y se cae el Muro de Berlín con la implosión del "socialismo realmente existente". Y la igual suerte del socialismo chino.
Pero con el "Santiagueñazo" de 1993 y la rebeldía del pueblo argentino al neoliberalismo menemista que fueron simultáneos a la insurgencia zapatista en México, se inicia un nuevo ciclo de lucha. Fue una nueva llamarada de luchas continentales por el agua y nuestros recursos naturales y contra el extractivismo que nos recordaron 500 años de invasión, colonialismo y opresión. Y surge nuevamente en las banderas de lucha y en los gritos de barricada la figura del Che. Que nuevamente nos conduce apuntando al Poder.
Pasaron varias décadas desde la muerte del Che. Las actuales generaciones tienen la posibilidad de conocer muchas más facetas del Che que las que conocíamos en el ´60 y ´70. Gracias a escritos de su autoría, que últimamente se han recuperado, y a estudios muy completos de su ideario, como el que hace el escritor y militante guevarista Nestor Kohan, hoy ya sabemos que el Che no es solamente un "combatiente heroico". Además de eso es un estudioso de la realidad social e histórica del capitalismo. Es un marxista frecuentador de los grandes temas de la teoría social. Cultor de aquel apotegma de Lenin: "Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario", el Che nos enseña que toda formulación política debe estar seriamente asentada e interpretada por una reflexión teórica. Que las dudas y las preguntas son insustituibles en la tradición marxista donde el más mínimo movimiento está relacionado a la totalidad, como filosofía de la praxis, de actividad objetiva y subjetiva íntimamente relacionadas, de unidad de teoría y práctica, por la cual el ser humano transforma el mundo y se transforma a sí mismo y donde la teoría sirve para resolver las cuestiones prácticas.
La crisis mundial desatada desde el 2007 que hoy repercute y se extiende a la periferia capitalista, plantea a las nuevas generaciones, seguidoras del Che, igual desafío que el que se nos presentó en el ´60 y ´70 : construir un programa socialista, trazar una estrategia de toma del Poder para América Latina y Argentina y construir una dirección revolucionaria. Sin estos tres elementos la barbarie capitalista se profundizará sin límites. La nueva situación que se abre pondrá en pié un gigantesco proceso de lucha de masas, que deberá utilizar todas las formas de lucha, combinando lo armado y no armado, lo pacífico y lo violento, lo legal con lo ilegal.
Para las nuevas tareas aprender de la gesta del Che es imprescindible.
Carlos "Vasco" Orzaocoa, militante de Izquierda Revolucionaria y miembro del Comité Central del PRT en los `70
TOMADO DE:  http://noticiasuruguayas.blogspot.com/

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