viernes, 12 de febrero de 2016

 Cenizas al viento    CIUDAD








EN POZO DE ROSAS, ANTES DE EL JARILLO, VALE LA PENA PARARSE EN LA ROSA DEL POZO, UN PEQUEÑO LOCAL DONDE VENDEN EMPANADAS, HALLAQUITAS DE CHICHARRÓN, CACHAPAS CON QUESO, SOPAS, CAFÉ Y CHOCOLATE CALIENTE. BUENO, BONITO Y NORMAL. LAS CONSERVAS DE COCO CON PAPELÓN, ESPECTACULARES, VIENEN DE CAGUA, ESTADO ARAGUA
Eran tres. El papá, la mamá y la hermana. Estaban dispersos, cerca de un abismo. Luego, él se acercó a la cajita. O cofre. Sacó (¿o ya estaba afuera?) un saquito blanco. Después de un rato a solas con él, él las llamó. Se abrazaron y la hermana comenzó a sollozar. Eso se contagia. Solidaridad, le llaman. Lloraron en silencio.
Fue por un infarto, mientras dormía, a los 32 años, hace cuatro. Pero es ahora, empezando 2016, que decidió que volara.
Recuerdan todos los detalles. “Le gustaba mucho venir aquí”, me cuenta él. Estoy sentado en el suelo y me hablan desde las alturas. Me rodean y me hablan de él, todo cariño, toda ternura. “¡Cuidado con los ojos!”, me advirtió ella, la mamá. Nunca deja de soplar el viento aquí, cerca de “El Despegadero”, un topo desde donde a uno, teniendo cuerpo, se lo lleva el viento; y sin cuerpo, también. Algunas de las cenizas de Jonathan, el hijo del panadero de una panadería en El Marqués, tropiezan con mis lentes y luego desaparecen de mi vista; no de la de él, ni de la de ellas. Sopla fuerte el viento. Se despiden. “Es la mejor pizza de Caracas”, me dice él. “Iré”, contesto, y me levanto para que me lleve el viento.
La ruta
Domingo de obviedades: no es lo mismo San José que San Diego, ni San Antonio que San Pedro, todos de los Altos Mirandinos.
“Nos vemos en la plaza Bolívar de San Pedro”, me dice Douglas Veitía por teléfono. “Seguro”. Y con esa seguridad manejo por La Mariposa, viendo lo verde, lo bonito… ya. La basura, los huecos. Dilema: si no lo pongo, soy un jalabola; si lo pongo, estoy atacando al Gobierno. Fin de la digresión. 
Pero hay más verde y más bonito, cuando se saca la cuenta, a pesar de la sequía y de todo lo que usted quiera meter en su lista particular. “¿Tú eres feliz?”, le pregunto, con el grabador en la mano, a Rodolfo Ziegler, a 2.030 metros de altura. Me responde: “No puedo pedir nada más”.
Ziegler, descendiente de alemanes, es el piloto del parapente en el que volé, como un zamuro, cerca de un zamuro. El próximo 10 de marzo cumplirá 22 años volando. “Son excelentes planeadores”, me aseguró Douglas “Cocoa” Veitía, quien habló bastante en la tierra, de zamuros, de quejas, de esperanzas. Más allá de las quejas, él tiene un sueño: ver este pueblo convertido en un pueblo lleno de turistas. Pero, como dice el presidente Maduro, “¿será tecnología espacial, interplanetaria?”. Veitía pide acceso a los dólares para comprar los equipos. ¿Será que aquí no se puede hacer un parapente decente, en el que uno pueda volar?
El Jarillo_09
El vuelo
Rodolfo Ziegler habló poco, en el aire. Entrevistarle, digamos, fue un ardid para no pensar en que, a esa altura, si algo fallaba, moriríamos irremediablemente. Después, en tierra, imaginé ese último vértigo que sienten quienes se lanzan al vacío. Como el de una montaña rusa, pero dura más. Como el de la bajadita para entrar a Parque Central desde la autopista, pero sin ruidos. Como el benji, pero sin ataduras. Como el amor, pero sin sexo. Como la vida, pero sin egoísmo. Como el submarinismo, pero cuando una mujer te salva de morir ahogado. Como la solidaridad. Como el chavismo, si me empujan. El ardid, como tal, no funcionó. Debajo de mis pies, allá abajo, lejos, lejísimo, veo el bonito pueblo que es El Jarillo (nunca pregunté por qué se llama así. Seguro Ziegler sabe). Él dice, extendiendo su mano izquierda: “Eso es San Antonio”. Veo su mano izquierda y sé, me percato, me doy cuenta de que solo está “manejando” con una mano. Deseo que termine de mostrarme rápido.
El piloto siembra, construye y vuela. Con razón la respuesta del pequeño asunto de la felicidad. “Siembro duraznos y ciruelas, construyo esos techitos que ves allá abajo y vuelo los fines de semana”. Los techitos son los típicos techitos alemanes de La Colonia Tovar. “Estamos en el límite entre Aragua y Miranda”. Pasamos rasantes sobre un sembradío de fresas. “Esos arbolitos son cultivos de duraznos”. En La Colonia Tovar hay posadas, museos, restaurantes, cochino y salchichas, visitas guiadas, excursiones. Todo un pueblo que, sin duda, no sería lo mismo sin el turismo, más allá de los conceptos que se tengan. En El Jarillo, la gente de El Jarillo no sabe si hay plaza Bolívar. Y si hay, no saben si hay un busto. En tierra, Veitía se quejaba, con razón, de un problema con la propiedad de El Despegadero. Y la razón la tiene no porque la tenga, sino porque el alcalde (Francisco Garcés) no ha hablado claro. Hay un ruido con El Despegadero en El Jarillo y nosotros (estoy del lado de ese alcalde) la cagamos bello con la forma de decir, con la maldita manera de comunicar que tenemos. Hermano, el asunto salió en la prensa. ¿Qué está esperando? ¿Que el Presidente le diga? Aclare su vaina y ya.
A menos que ya lo haya aclarado y Veitía sea un mentiroso y yo un irresponsable por no preguntar primero. Veitía dice que usted no ha aclarado nada. Rodolfo, desde el aire, también le habla al Alcalde: “Yo creo que necesitamos mejoras en la vialidad y en seguridad”. Por aire y por tierra. Estamos rodeados. No hay que correr ni encaramarse. Aunque para encaramarse en un parapente, en tándem, solo tienes que correr. Literalmente, las vidas penden de unos hilos. “Cuando te diga, corre”, me advierte el piloto en tierra. Me dice, corro, pero no llego a correr: nos lleva el viento.
Ahora sí: La Ruta
A El Jarillo se puede ir vía La Colonia Tovar, después de pasar El Junquito, si va desde el oeste de la ciudad. Si va desde el sur y quiere llegar rápido, no confunda San Pedro con San Diego y váyase por la Panamericana. 
Bajada de El Tambor, desvío a San Pedro, pase por el Parque Nacional Macarao, no pase por Lagunetica, pase por Pozo de Rosas y llegue a El Jarillo. Para la gente que vuela, y para la que no, es una realidad que El Jarillo no sería lo mismo sin tener aquí la posibilidad de volar. 
Muy pocas posadas sin disponibilidad, pobre oferta gastronómica, nadie sabe dónde está la plaza Bolívar. A pesar de eso, Veitía dice que cuando le dicen a un estudiante de aquí que dibuje el pueblo, dibuja un parapente.
Una habitación de una posada cuesta unos 3.000 bolívares, para cuatro personas, sin desayuno. 
Volar cuesta 10.000 bolos, unos 40 dólares si calculamos la tasa oficial. Menos de 13 dólares si usamos el otro, el que marca una página cuyos dueños ni siquiera viven aquí. 
No pasan roncha aquí, no respiran el aire de El Jarillo, no cagan ni mean aquí, no malgastan el agua aquí, no hacen un coño en esta tierra pero es el indicador que usan los comerciantes honestos que sí le echan bolas aquí. Misterios de la ciencia, diría el Profesor Lupa. 
Puedes durar en el aire entre 15 y 20 minutos. Se ve parte del embalse de Agua Fría. Vale la pena subir abrigado: hacía 21 grados, pero mi sensación térmica fue de dos o tres. Tirité. Me agarré del grabador. “Rodolfo, voy a quedarme callado un rato”. Lo apagué, miré hacia abajo, levanté la mirada, miré los hilos y me quedé callado un rato, pensando. Pensando.
POR GUSTAVO MÉRIDA • @GUSMERIDA1 / FOTOGRAFÍAS ENRIQUE HERNÁNDEZ
TOMADO DE: http://ciudadccs.info/

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