lunes, 11 de abril de 2016


CIUDAD
Cada quien tiene su película de Abril







Hace 14 años una película de terror se vivió en Caracas.

 Murieron 19 personas, 72 más recibieron balas, 

la información y la verdad fueron ametralladas a 

mansalva y, sobre todo, se intentó asesinar la 

democracia. 

Sin embargo, la cinta tuvo final feliz al convertirse en

 una historia épica protagonizada por el pueblo

concienciado
TITANIC
Éramos dos desprevenidos en la avenida Universidad la tarde del jueves 11 de abril en una Caracas que parecía Londres en junio del 44, cuando el aullido de angustia de una sirena intermitente obligaba a la población a saborear el té en los andenes del Metro mientras, arriba, los aviones alemanes dejaban su estela de bombas y destrucción. 
Nos tocó correr por entre paisanos y mercachifles quienes, a su vez, hicieron lo mismo por entre policías y manifestantes. 
A media cuadra de la puerta sur del Capitolio sentí hambre y supuse, junto a mi esposa de entonces, que una empanada con su respectiva malta fría no harían más ni menos por una marcha escuálida y una resistencia soberana. 
Qué va: un chorro sanguinario del chorizo que rellenaba la mía untó sus miasmas sobre mi camisa blanca, la que usaba para los trámites oficiales, como el de ese día, cuando intentaba sacar un documento en un ministerio del centro de la ciudad.
No sabíamos a esa hora, 2 de la tarde, cómo iba una u otra concentración, porque mientras decidíamos nuestra neutralidad con una moneda al aire, nos vimos sentados cómodamente sobre un muro de El Calvario, con la mirada zigzagueante entre el puente Pagüita y la esquina de Pedrera. 
Desde allí, sin duda, un acto osado: el frente de vanguardia de la marcha “por la libertad” no era más que un piquete de bellos y esbeltos veinteañeros en pareja sobre sus harleys y suzukis aceitadas. 
Mientras ellos hacían rugir sus bólidos, a ellas, de copiloto, les correspondía ondear el tricolor y vociferar alguna consigna, avanzando con increíble atrevimiento sobre el territorio de los bolivarianos. 
Y llegaban así, por gotera, casi una estupidez frente a las ganas de los otros que esperaban impacientes, palo en mano.
CIUDAD DE DIOS
El Calvario, hay que decirlo, no era precisamente el sitio más neutral. 
Desde allí otros curiosos que, poco a poco, se fueron sumando, sacaron una conclusión incuestionable: “De esa vaina van a salir varios muertos”
A nuestros acompañantes circunstanciales los pilló una duda: “Y ustedes, ¿son chavistas o escuálidos?”, nos preguntaron dos liceístas. 
Mi exmujer me miró, yo la miré, ellos nos miraron, nosotros los miramos, un jodedor destapó una cerveza en lata y cuando empezamos a balbucear una respuesta aceptable, un hilo de detonaciones desvió la atención de todos. 
Eran los primeros plomazos.
Fue una danza pendular. Los manifestantes buscaban subir por el viaducto hasta la esquina oeste del Palacio Blanco, sede de la Guardia de Honor. Desde allí la Guardia Nacional repelía con lacrimógenas, y arriba los chavistas coreaban algo con zumbido de enjambre.
 En la plaza O’ Leary se amontonaban los muchachos bien, las señoras de alhajas, las catiras explotadas, algunos niños con un riesgo inútil.
 La estación del Metro de Caño Amarillo, donde habían dado puerta franca, dejaba salir oleadas de hombres y mujeres que gritaban “¡Viva Chávez!” y subían a insuflar el colchón de la resistencia.
Manos arriba. Me aturdió un sobresalto: ¿pero qué coño hacíamos, como Nerón, tocando la lira mientras se incendiaba la ciudad? ¿Con qué derecho nos conformábamos, fisgones, con el espectáculo de una Caracas cosmopolita ofreciendo su show semanal? “Soy periodista”, me respondí, pretendiendo convencerme de que con esa patente de corso tenía el salvoconducto para no actuar, para ser testigo, para mirar los toros desde la barrera. 
Eso pensaba hasta que una banda de motorizados de rostros pintarrajeados con dos franjas rojas por mejillas invadió nuestra pequeña meseta para tomar piedras de todos los tamaños y, a la orden de “plomo” de un abuelito engorilado, hicieron danzar sobre la preciosa tarde abrileña de esa Caracas mortuoria sus esquirlas defensivas ante la amenaza que se cernía sobre el gobierno revolucionario.
Observé ese abril encantado desde la privilegiada colina que marcó alguna vez el Gólgota en el extremo occidental de la ciudad, desde donde Joseph Thomas trazó los primeros dibujos de Caracas y donde más de un daguerrotipista inmortalizó los techos rojos de Bernardo Núñez. 
Colina desde donde alguna vez un nativo caribe avistó una danta y le dio cacería con piedras y lanzas que, igual que aquel jueves, abrieron una brecha invisible entre los instintos y la supervivencia.
Nos asustamos. Tuvimos que emprender la huida por un atajo mientras el Metro nos recordaba que no estábamos en 1510 sino en 2002, presenciando el comienzo de una historia que a muchos graduaría de chavistas y a otros los comprometería con la traición, el silencio cómplice, el odio.
LA VENTANA INDISCRETA
Alguna gente dice que las esquinas tienen aún mucho que contar. Lo hizo con bastante precisión Puente Llaguno, claves de una masacre, el sorprendente documental de Ángel Palacios que parece una autopsia de los acontecimientos, permitiendo derrumbar casi todas las afirmaciones infundadas y leyendas negras que se tejieron en el imaginario colectivo luego de los hechos. 
Increíblemente aún hay gente que afirma que los “pistoleros” de Puente Llaguno mataron a 19 personas el 11 de abril.
Hizo lo propio La revolución no será transmitida, el vibrante documental irlandés de 2003 que registra los acontecimientos en primera persona, desde el centro de los hechos, desmontando a su vez el silencio informativo que generaron, al unísono, los medios de comunicación social privados.
Para José Antonio Varela, “todavía, en muchos sentidos, abril es un crimen sin resolver”. Es el director de la película basada en el best seller de Ernesto Villegas, Abril golpe adentro, que se estrenará el próximo mes de junio en el circuito comercial, aunque estará lista en los próximos días y, posiblemente, sea presentada para rememorar el golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez. 
Es una película sobre la conspiración militar, básicamente, basada en el libro y las investigaciones del propio Varela, cuya producción acarreó 440 días de trabajo, mil decorados, 140 escenas, con la participación de 150 personajes y 37 protagonistas, uno de ellos, el propio presidente Chávez, personificado por Alí Basán, un taxista aragüeño que fue extraído de su ruta para encarnar al líder de la Revolución y cuyo parecido es, por lo menos, turbador. “Parece que Chávez hubiera revivido”, me dice al oído Margarita Carrero, vocera de un comité de comunicación alternativa, mientras observamos un avance de la película de Varela.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Aún caliente la Ley de Amnistía, recién sacada de los hornos de la Asamblea Nacional, cuyo objetivo primordial es sobre todo liberar de culpa a los responsables de los crímenes que se han cometido en el país durante los últimos 16 años en nombre de la “política”, para Varela, tanto el libro como la película son un reencuentro con la historia. 
Además, está construida a partir de los hechos registrados y el aditamento de los testimonios que cada protagonista directo o circunstancial ha ido aportando a partir de su propio relato de los hechos.
Como el testimonio de Enrique Hernández, el fotógrafo de estas páginas, quien estuvo allí haciendo su propia película, que debió llamarse el “revivido”, pues tras recibir un disparo en su abdomen mientras cubría los acontecimientos como fotorreportero de la para entonces agencia oficial de noticias Venpres, renació ese día junto a su hermano Luis que, casualmente, también recibió disparos y sobrevivió.
 De los cinco miembros del gremio de la comunicación baleados en la jornada, dos hermanos resucitaron, y eso, además de argumento para una buena película con olor a Oscar, lo señala Villegas como un acto mágico y la prueba viviente de que uno de los objetivos primordiales de los golpistas era la información.
Ernesto Villegas, periodista, ex ministro de Comunicación y autor del libro, con roles protagónicos en 2002 con la reconquista de Venezolana de Televisión, afirma que el 11 de abril fue el bautizo de la Revolución Bolivariana. 
“Yo reivindico el derecho a la memoria: ese esfuerzo por el rigor histórico, el respeto a los hechos y a las distintas miradas incluso controversiales, los percibo en la película.
 Por ello me siento muy feliz de que el destino haya puesto a esta gente en la tarea de realizarla, respetando el germen inicial”.
Varela, también director de La clase, una bella película que habla del antiguo dilema del amor estigmatizado por las diferencias sociales en un país contaminado de contrastes, tiene alto vuelo.
 Propone que abril se constituya en un sistema de películas, series, libros, que elabore cada quien con su propia historia. 
Todo el mundo tiene algo que decir, todo el mundo tiene su epopeya, debe haber un abril por cada testimonio, por cada hallazgo, por cada recuerdo. 
Debe ser, coinciden Ernesto y José Antonio, un homenaje permanente a la memoria.
POR MARLON ZAMBRANO • @MARLONZAMBRANO/ FOTOGRAFÍAS ENRIQUE HERNÁNDEZ
TOMADO DE: http://ciudadccs.info/
Y PUBLICADO EN: http://victorianoysocialist.blogspot.com/

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