domingo, 21 de mayo de 2017


EL ANTICHAVISMO RADICAL: UN PROBLEMA DE SALUD PÚBLICA

“Lo difícil no está en enseñarle al hombre la verdad, lo difícil es quitarle de encima la mentira”. Emilio López Medina

¿Por qué, aunque se pruebe científicamente que usted está equivocado, decide mantener su verdad como única y como prédica contra el otro?
Qué lleva a un antichavista radical a creer que está en dictadura, a atentar contra los otros, a secuestrar y usar niños en sus manifestaciones violentas, o no, contra el Estado, a atacar a chavistas dentro y fuera del territorio nacional, a embestir contra el Hospital Materno Infantil (símbolo de la vida), o a substraer urnas como forma de protesta (símbolo de la muerte), a quemar una gandola de gas y las casas de los que no piensan como ellos. 
¿A qué se debe? Sepa cómo opera la posverdad en Venezuela.
“Ellos creen que están luchando por la libertad tuya y mía. 
Se creen libertadores, y bajo ese delirio, todo es posible”, nos explica Ovilia Suárez, psicóloga del desarrollo humano, para quien a esos grupos los mueve un odio injustificado, inoculado durante casi veinte años en su contra.

Verdad demostrable

Hay una verdad demostrable, por ejemplo, las estudiadas en los casos de tres de las víctimas de las guarimbas ocurridas desde hace un mes y medio, en contra del Gobierno de Nicolás Maduro. 
En los tres casos se presume el uso de armas de fabricación casera y que, según los estudios y las pruebas, podrían provenir de sus mismos compañeros de protestas. 
Pero la generalidad de la oposición ha decidido creer que han sido las fuerzas represivas del Estado las responsables de esas muertes y de allí no los saca ni Bambarito.
El uso de informaciones falsas para quebrantar a los pueblos es un recurso de vieja data, que se ha potenciado con la llegada de las llamadas redes sociales, en las que el decir no está totalmente en manos de las élites periodísticas, sino que cada cual puede convertirse en un agente informativo, cuyo margen se amplifica según sea el rango de la red que use y el interés de la información que comparta, amarillista o no, la verdad o no. Una vez derramada, no hay Santa Lucía.

¿Por qué a un antichavista radical no le interesa conocer la verdad?

Para Suárez, a la oposición le han trabajado la psiquis. 
“A esa representación social le posicionaron una verdad”. 
Y cuando se posee una verdad, por más que se demuestre lo contrario, lo demás carece de importancia. 
Su sistema de creencias les reafirma sus verdades “¿Quién convence a un devoto que su religión se basa en mentiras, por ejemplo?”, se explica la psicóloga.
Para Suárez, “hay una oposición violenta y hay una oposición cómplice” que, al no conseguir sus propósitos, se convierten en ciudadanos cansados, ansiosos, desesperados, frustrados, depresivos y fascistas. 
En la acumulación del miedo y la rabia se amasa el odio contra todo lo que no se enmarca dentro de sus paradigmas, paradigmas que, además, penden de lugares comunes. 
La inoculación ocurre en la familia, la sociedad, los medios de comunicación: no hay futuro, aunque la mayoría de los muchachos que manifiestan sean estudiantes, jóvenes, con posibilidades que en otra época no estaban dadas para la mayoría de los venezolanos. 
En opinión de la especialista 

“hay un problema de salud mental

 en Venezuela que se ha 

transformado en un asunto de 

salud pública, y debe estudiarse”.
La oposición violenta es la maquinaria de destrucción de un modelo económico, político y social. 
Y los cómplices son aquellos que, basados en un sistema de creencias, callan porque en el fondo están de acuerdo, se hacen los locos frente a los hechos de violencia. 
Se hacen los locos, pero no están locos. 
“Si dices que están locos, se les absuelve de toda responsabilidad, y ellos son responsables de todo lo que están haciendo”, aclara.

La posverdad

La posverdad comporta una emocionalidad que le da una interpretación a lo que la realidad misma, por sí sola, nos muestra. 
Nuestra subjetividad cambia. 
La percepción de la realidad cambia de acuerdo a nuestro sistema de creencias, a nuestras representaciones sociales, a nuestras actitudes, donde están colocadas las emociones y los pensamientos. “Lo que una ya ‘sabe’ (cree saber) está por encima de lo que es”. 
El sistema de creencias te predispone a lo que va a ocurrir, así ocurra lo contrario, hasta lo contrario te reafirma, te refuerza. 
Otra cara de la moneda ocasionaría en la persona una resistencia. 
Y la manipulación mediática de imágenes y videos (o no) que se parezcan a esas referencias, agudizarán los juicios y los prejuicios contra el otro.
Más allá de lo psicológico, también está lo político. 
Suárez nos coloca en situación: si una persona está convencida de que la Guardia Nacional Bolivariana es violenta y agresiva, porque esa idea está en el imaginario colectivo y hace parte de las representaciones sociales (de un nutrido historial de represión) y esa persona además cree que lucha por la libertad, la democracia, por el país (y una cantidad de valores que está tratando de construir), cuando se le acerca un guardia nacional, “sabe” que ese hombre le va a agredir, y puede llegar a cumplir su propia profecía logrando que el uniformado le agreda. 
Si le mostrasen la imagen de un guardia de otro país agrediendo a un civil, será capaz de decir que aquello ocurrió a su lado, porque lo asocia a sus representaciones sociales.
En los últimos 20 años un sector de la oposición ha sido reforzado en su sistema de creencias. “Sus contradicciones no se pueden diagnosticar a la ligera, las ciencias sociales no son suficientes para determinar de dónde se desprende tanta rabia, tanta disociación, tanta obnubilación, según sean los casos”, determina la psicóloga.
Suárez está convencida de que “ellos, de verdad creen que en Venezuela vivimos una dictadura”.
Sus relatos giran alrededor de su ombligo. 
Los referentes académicos están determinados por programas de estudio en los que se enseña que Rómulo Betancourt es el padre de la democracia, y la presidencia de Raúl Leoni es considerada el modelo de la democracia perfecta, olvidando que con Leoni se inaugura el capítulo de la historia Latinoamericana en el que se desaparece al disidente político.
 “Los niveles de superficialidad política son su estandarte”, explica.
El aparato cultural arropa también a jóvenes de clases populares que sienten que pueden llegar a ser (y son) como los jóvenes de clase media y media alta. 
Son usados como héroes y para reforzar el sistema de creencias donde hacen vida, según el cual todo el país rechaza al Gobierno de Nicolás Maduro. 
La arremetida económica encuentra su correlato en la psicológica.
Hay una crisis magnificada (desabastecimiento, acaparamiento de alimentos, medicinas, fuga de cerebros, violencia) de la que se sustentan los medios y los líderes de la oposición para generar un desequilibrio que, a su vez, se expresa en inseguridad, incertidumbre y angustia. 
La crisis reforzada y reiterada a través de las pantallas de los celulares, se convierte en un laberinto cuya salida evidenció los desbordamientos en los años 2002, 2004, 2014 y la que vivimos en la actualidad, durante el 2017.
Esa triada (inseguridad, incertidumbre y angustia) puede llegar a crear en sus depositarios niveles de ruptura mental que permitan justificar hasta la muerte de los adversarios políticos. 
Según la psicóloga, “están sometidos a la violencia permanente y a su vez someten -al que consideran su enemigo- a la generalización: “todos los chavistas deben morir”; “cuando caiga el régimen, nadie debe ser perdonado”; “haz patria, mata a un chavista”.
El arte de mentir y de ser engañado campea en Venezuela. 
La verdad ya la han decidido, como alguna vez la decidieron en los laboratorios de guerra contra Ruanda. 
Ojalá África levantara una poquitica de duda.
Por Indira Carpio / Supuesto Negado
TOMADO DE:  http://supuestonegado.com

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