jueves, 25 de mayo de 2017


El efímero botín de los inconscientes




Publicado enFASCISMOOPINIÓNTERRORISMO

Por: Alberto Aranguibel B.
En Venezuela hay una guerra. Pero no una en la que se confronten visiones económicas o posiciones ideológicas, sino una en la que la sociedad toda se enfrenta a mercenarios asalariados que engañan, aterran y someten a la gente.
Quienes desde el ámbito de la historia argumentan la supuesta falsedad de la leyenda que atribuye a los conquistadores el engaño al que habrían sometido a los indígenas de lo que ellos llamaron el “nuevo mundo” entregándoles espejos y baratijas a cambio de oro, justifican de manera inmoral el saqueo del que fue objeto nuestro continente con la genocida invasión de la corona española.
A través del tiempo se ha corroborado el inequívoco carácter codicioso de los imperios, que precisamente en su afán expansionista expresan su supremo interés por las riquezas que persiguen, sin importarles en lo más mínimo los padecimientos que con la destrucción y los estragos que dejan a su paso le ocasionan al ser humano y a la naturaleza misma.
La compra de la sumisión y el entreguismo de los pueblos ha sido una constante de impudicia en la conducta imperialista de los sectores poderosos, que usan la fuerza de sus capitales ya no solamente como medio al servicio de la supremacía y la dominación sino como instrumento para la ignominia y el sometimiento más inmisericorde de los pobres y desvalidos de la sociedad.
El saqueo del oro amerindio con el cual Europa salió de su condición medieval para ingresar a la era de la modernidad, no fue sino una operación financiera al mejor estilo capitalista, definida por exactamente los mismos parámetros del libre mercado que rigen  para la sociedad neoliberal actual.
Para el imperio norteamericano, la tierra se divide en dos únicos territorios; el de los Estados Unidos, centro de la cultura capitalista donde reinarían la libertad y la democracia, y el resto del planeta, fuente inagotable de recursos y riquezas por controlar, cuyos regímenes de gobierno son, según su particular óptica, de una u otra manera inconvenientes o contrarios a los sagrados intereses del imperio.
Esa otra parte del planeta más allá del suelo estadounidense, es la que pretende someter bajo el rigor infernal de las armas, o bajo la perversa dictadura del capital.
La compra de conciencias que desde milenios ha padecido la humanidad por disposición de los poderosos, es la modalidad de primer orden a la que recurre el imperio para derribar las barreras de soberanía que erigen los pueblos del mundo. El dinero que en ello se gasta es asumido siempre por el gran hegemón del norte como una simple inversión. Una transacción financiera en la que se adquiere a bajo precio lo que en realidad es infinitamente más costoso, como la dignidad de los pueblos, y donde la mercancía ya no son bienes o productos transables sino seres humanos de carne y hueso que servirán de quinta columnas asalariados para alcanzar el preciado botín de las riquezas que persiguen en cada nación del mundo.
La base ideológica de esa modalidad de contratación de vende patrias, es la pérfida máxima capitalista según la cual “todo el mundo tiene su precio”. La misma que sustentó el despojo ideado por Cristóbal Colón contra nuestros ancestros. Con la sola diferencia de que los pueblos originarios de este Continente no estaban movidos por la codicia que hoy perturba el alma y la mente de la sociedad de consumo en la que nos ha convertido ese mismo imperio que hoy pretende saquear nuestras riquezas y adueñarse de nuestros recursos y de nuestra economía toda, sublevando a la gente del barrio mediante pagos que se tabulan según el nivel del crimen que cada asalariado esté dispuesto a cometer en la guerra terrorista contra el Gobierno del Presidente Nicolás Maduro.
Una codicia que envilece sin distingo de raza, credo o condición social ni política, amenazando más que ningún otro factor de agresión la soberanía de las naciones del mundo, y que hoy atenta contra el humanista proyecto bolivariano emprendido por el Comandante Chávez hace casi dos décadas, al convertir a un número importante de la gente del pueblo en carne de cañón para los planes de la entrega de nuestro país al imperio a cambio de un efímero puñado de dólares, que por lo general se difumina con la misma velocidad con la que se consume la droga que les entregan sus mismos contratistas como parte del costoso kid de guerra con el que los dota.
Quienes salen hoy del barrio a incendiar y destruir todo a su paso, incluyendo hospitales materno infantiles y preescolares, atentando sin miramiento ni conmiseración alguna contra la vida de las personas, funcionarios o no del Estado, no lo hacen por convicción política alguna. Su propuesta no es la de alcanzar el bienestar mediante el derrocamiento de un gobierno para abrirle paso a otro de signo contrario.
La anarquía que promueve el capital en pos de la extinción del Estado como instancia de control y regulación de la economía, no procura la politización de la sociedad en modo alguno. La sola idea es incongruente. Por eso quienes orientan las acciones desestabilizadoras en Venezuela no son los líderes de la oposición. Su papel en la guerra contrarrevolucionaria es el de simple fechada referencial, que si asisten a las movilizaciones de calle del antichavismo bien y si no también. Su patético caso es el de los bueyes detrás de la carreta, la mayoría de las veces abucheados o desatendidos por quienes debieran ser sus seguidores naturales.
Lo que promueve el capital entre esos auténticos desclasados en puntos muy contados y precisos del país, en los que efectivamente logran el propósito de aterrorizar y desesperar a la población, es la cultura de la riqueza fácil que sirva al propósito de intentar derrocar al gobierno a la vez de sembrar y expandir el espíritu del neoliberalismo en la sociedad para perpetuar así el antinacionalismo que le es tan indispensable al imperio en nuestro suelo.
Esos desclasados son los que a lo largo de la historia han perturbado el avance sostenido de los procesos revolucionarios, plegándose al enemigo por la ilusión de una fortuna que jamás recibió el pobre de ningún régimen oligarca que ayudara a instaurar con la traición a su clase. La fábula del bienestar por la que optaron aquellos que por inconciencia y falta de amor propio vendieron su patria por unas cuantas monedas de oro, fue siempre tan falsa como falsos han sido los ofrecimientos de redención del pueblo con los cuales el capitalismo ha estructurado el discurso demagógico tras el que oculta su verdadera condición rapaz.
Una simple interrogante que esos engañados que hoy se ponen al servicio de sus enemigos de clase se respondan a sí mismos los salvaría de la tragedia en la que por inconsciencia están sumidos y sumen hoy al resto del país que los repudia…  ¿Qué hay para ellos el día después, en el supuesto negado de lograr su infame cometido?
¿Será posible en un gobierno neoliberal algún mecanismo que le asegure al pobre alimentos a precio justo? ¿Por qué pide entonces la derecha la eliminación de la regulación de los precios de los alimentos?
¿Se le respetará al trabajador su estabilidad laboral y los aumentos salariales que hoy consagra la Constitución? ¿Para qué exige entonces Fedecámaras la derogación de la Ley del Trabajo promulgada por el Comandante Chávez?
¿Habrá dinero suficiente en el país para impulsar el desarrollo de la producción nacional que desde hace más de cien años el capital privado ha impedido? ¿Por qué insisten entonces todos los dirigentes y economistas de la oposición en que hay que eliminar el control cambiario de divisas? El control cambiario no impide traer capitales al país, impide su fuga hacia el exterior. ¿Por qué no los traen, si son ellos quienes se los han llevado fuera del país desde hace décadas como quedó demostrado en la revisión de las cuentas de los bancos suizos, en los bancos de Andorra y en los Papeles de Panamá?
Si responde con sensatez y honestidad todas estas preguntas, la gente pobre que hoy cae presa del engaño al que es sometida por quienes le venden la idea de que con esa guerra participa de alguna lucha heroica, entenderá de inmediato la urgencia de atender el llamado del Presidente Nicolás Maduro a la elección de una Asamblea Nacional Constituyente que abra el camino a la perfección del modelo profundamente humanista que nos trajo el Comandante Chávez y por el cual el país ya estaba enrumbado hasta que la derecha y el Departamento de Estado norteamericano decidieron frustrar ese hermoso sueño de verdadera democracia popular que el pueblo quiere recuperar.
@SoyAranguibel

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